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Niños y niñas necesitan hablar de violencia. Los adultos organizar
y escuchar. Hablemos con hijos e hijas de violencia desde experiencia
propia, desde las dudas y las inquietudes. En su propio
enfrentamiento con la violencia en sí misma y entonces impulsar a
convertirla. Buscar soluciones en conjunto, aclarar temas que ya
tienen identificados como la compasión o el respeto. Hay que
dialogar, tener un análisis, hacer una reflexión, proponer la
catarsis.
“Hablo aquí de esto porque en mi casa no me dejan” fue el
comentario de un niño de ocho años mientras mostraba su emoción
por las películas de terror. Había visto todas las posibles por
ver, en cuanto decía un título todos sus compañeros que le
rodeaban afirmaban su emoción. De pronto me di cuenta que los niños
y niñas con los que compartía la plática habían visto desde
Chucky el muñeco diabólico, hasta todas las de Destino
Final. Algunos ya habían visto el Exorcista y les daba
risa. Entonces se me ocurrió entrar en su universo, sin alarmarme de
los contenidos que habían visto a su corta edad; les pregunté ¿y
qué opinan de todas esas películas? “Son sólo películas” dijo
un niño de siete años. “Sí todo está hecho por computadoras”,
dijo una niña de nueve. A lo que yo pregunté “Entonces ¿qué les
da miedo?” Se quedaron pensando un buen rato. Algunos dijeron a las
arañas o los ratones, unos más a su maestra de español o a la
directora de la escuela. Todas y todos afirmaron que les daba miedo
que los molestaran en la escuela.
Hace poco menos de un año impartí un taller para niños y niñas de
entre 7 y 11 años sobre cine: Cinema Monstruoso. Realmente el
pretexto es el cine y que realicen un cortometraje; la meta principal
es que enfrenten sus miedos de manera creativa y canalicen sus
temores a través de la creación de historias monstruosas. Entrar en
contacto con su lado oscuro y llevarlo a la luz. La dinámica de
inicio del taller es hacer un círculo donde todas y todos nos
presentamos y contamos nuestra experiencia con películas de terror,
así es como empezó esta plática. Ahí estaba yo, con veinte
personas, niños y niñas, hablando de sangre, terror, muerte,
destrucción, zoombies, violencia ficticia y empezaban a hablar de
violencia real con la misma determinación que con las películas.
Cada quien contó alguna experiencia que les había molestado en su
escuela: Le dejaron de hablar, lo encerraron en el baño, le dijeron
palabras hirientes, se burlaron de su forma de expresarse; pero lo
más interesante es que también habían sido parte de molestar a los
demás. Asumían las dos partes, parecían expertos del tema bullying
como lo parecían al hablar de películas de terror. Pasaron
cuarenta minutos y seguían hablando de sus experiencias en la
escuela. Les pregunté qué proponían para mejorar la convivencia.
Si sus respuestas hasta ahora me habían sorprendido, lo que venía
me dejaba con la boca y la conciencia más que abierta: niños y
niñas usaban términos como compasión, escuchar a la otra persona,
entender a mis compañeros, respetarlos como son. Me quedó claro que
los términos los sabían, pero no sé si los comprendían del todo.
Estaba enfrente de individuos que se sabían términos de bullying y
compasión; que hablaban de estos temas desde su experiencia propia,
pero que era la primera vez (muchos afirmaron este hecho) de que
hablaban en voz alta de ello. Era la primera vez que verbalizaban la
violencia en su entorno: desde su pantalla, pasando por su escuela,
terminando en su familia. Una actividad de inicio de un taller de
cine, que tenía un tiempo estimado de 15 minutos, se convirtió en
un círculo de reflexión y un espacio de desahogo entre los propios
niños y niñas que se extendió hasta 50 minutos.
Mi conclusión es que niños y niñas necesitan hablar de violencia.
El hablar de violencia no desde una visión moral de lo que es malo o
bueno, sino desde el fenómeno en sí mismo. A veces como adultos
estamos acostumbrados a establecer las reglas, los límites, pero
después de esta experiencia en donde sólo solté preguntas y ellos
iban reflexionando desde sus respuestas o los comentarios de los
demás, me di cuenta que niñas y niños necesitan diálogo, no
instrucción. No saturemos con un deber ser, sino encontremos un cómo
responder desde el análisis y la reflexión en conjunto.
Esta es una invitación para los y las adultos: aprendamos a
escuchar, a poner los temas sobre la mesa, preguntar sobre ellos,
guardar silencio y escuchar. Niños y niñas tienen mucho por decir.
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