Una
pérdida en la familia y en el barrio. Lo que aprendí con mi hija
sobre la muerte.
Conocí
a mi suegro en una velada escuchando la discografía de Sabina.
Todavía éramos novios mi esposo y yo cuando me invitó a casa de su
padre para conocerlo. Nos preparó una cena gourmet. Le gustaba
cocinar y hacer nuevas versiones de platillos. Cada invención que
probé era una combinación acertada de ingredientes. Mi suegro
sonreía con orgullo ante su triunfo gastronómico. Esa noche,
disfrutamos de varios vinos y mucho Sabina. Tanto disfrutamos la
velada, mi novio en ese momento y yo, que nos la pasamos escuchando
tres días seguidos al cantante madrileño, para recordar las
pláticas y las sonrisas en casa de mi suegro.
Conocí
a mi suegro escuchando a Sabina, y me despedí de él platicando de
cine, de las películas de Fellini. Igual: copa de vino en mano y
sonrisas, muchas sonrisas.
Luis
Arturo, mi suegro, el papá de mi marido, el abuelo de mi hija, el
abuelo del bebé que viene. Siempre con un kit de películas
cuidadosamente seleccionadas para cada miembro de la familia. Nativo
del barrio de la Roma, de cuando la calle de Campeche habitaba el
Cine Gloria en su esplendor de los años cincuenta. Romano de toda su
vida. Te podía narrar lo que sucedía en todas las calles de la
colonia. Los cafés, los restaurantes, quién vivía en dónde, los
sucesos de mercado de Medellín, los nuevos platillos de los
comedores del Mercado. Incluso los lugares de moda para los
“hípsters” a los que mi suegro les decía, esos muchachos que
todos se ven igual. Luis Arturo era historia viviente de la
Colonia Roma.
Ser
bohemio, complejo (como cualquier ser humano) y trabajador. Por las
anécdotas que escuché de él, me queda claro que fue un eslabón
clave para las bases de la cultura del Rock en México y sobre todo,
para la realización de conciertos en nuestro país. En su época,
alrededor de los años sesenta, setenta, fue responsable de traer a
Queen y a Joe Cocker para tocar en tierras mexicanas; antes de que
existieran foros especiales para conciertos. Así como amante de la
música, también del cine; se dedicó a publicar en varios medios
reseñas y críticas de cine, que tiempo después, yo las disfrutaría
en viva voz cuando lo iba a visitar y nos sentábamos en el comedor
de su departamento a platicar de los últimos acontecimientos
cinematográficos.
Luis
Arturo. Siempre Rolling Stone. Rockero cuando aquello no era sólo
música, era una filosofía de vida. Poeta, de la generación de José
Agustín.
Su
personalidad, un constante revivir su estancia en París. Parte de su
corazón se quedó en Champs Elysees, cuando vivió un tiempo allá
para organizar traer a México uno de los espectáculos más
importantes de cabaret: Crazy Horse.
Luis
Arturo Cárcamo. Mi suegro. Hombre controversial. Yo lo recuerdo como
un suegro cariñoso, irreverente, divertido. El mejor suegro que me
pudo tocar. Un abuelo que, a su modo, era cariñoso e interesado por
su nieta. Al final, un padre preocupado.
Falleció
el pasado miércoles, una muerte sorpresiva, pero un momento de paz
para él. Su despedida fue con los Rolling y los Beatles de fondo.
Sus fotos de recuerdo con chamarras de cuero y sus dedos haciendo el
signo de amor y paz, afuera de un concierto de Emerson Lake and
Palmer en Londres. Su funeral, un encuentro amoroso entre familiares
y amigos, que compartían anécdotas de Cárcamo, como lo conocía la
mayoría.
Ayer
en la noche, recibí un mensaje de consuelo de mi hermano que anuncia
que El último Dandy de la Roma nos acompañará en cada esquina del
barrio. Su texto me conmueve e inspira para escribir estas líneas.
Luis
Arturo Cárcamo, el último Dandy de la Roma. Nos acompañas en todo
momento al caminar y disfrutar el barrio. Voy teniendo estos
pensamientos caminando entre Álvaro Obregón y Orizaba, cuando de
las bocinas de uno de los restaurantes de esa esquina se escucha la
voz de Sabina entonando “19 días y 500 noches”. Sonrío ante la
compañía de mi suegro y sigo caminando cantando la canción.
Para
los papás: Con ésta experiencia aprendí que en el tema de la
muerte, no hay que forzar a niños y niñas. Sofía no quiso ir al
funeral. Mi esposo y yo platicamos y platicamos con ella que no había
nada que temer, que no había fantasmas, que era un encuentro con la
familia. Ella no quiso, así que hicimos un ritual de despedida en
casa, para que ella se despidiera, para que tuviera un espacio de
luto. Hicimos una especie de altar, prendimos una veladora e
incienso, le cantamos, le deseamos paz, le lloramos. También
realizamos acciones para apoyar el luto de los vivos: ayudó a
arreglar la casa por si llegaban familiares a descansar ahí, le
escribió una carta de apoyo a su papá; ha contribuido a establecer
en la casa y en nuestras acciones, una zona de apoyo, amor y consuelo
para quien lo necesite.
Aprendí
que estos temas es mejor manejarlos con amor y honestidad con mi
hija, respetando sus decisiones, pero también haciéndola partícipe
de su proceso de duelo y de los que la rodean. Ella me enseñó que
hay diferentes formas de despedirse de nuestros seres queridos, y que
ante aquello que no entendemos, como la muerte; la repuesta que nos
queda es el amor.
Que bonito texto.
ResponderEliminarUff... que puedo decirles . Un abrazo y beso con cariño . A la familia carcamo medina con mucho cariño..
ResponderEliminarUff.. que puedo decirles desde aquí los abrazo y les envío un gran beso y abrazo a la familia Cárcamo Medina.
ResponderEliminarun gran abrazo a los 3, una gran perdida pero grandes aprendizajes que quedan para toda la vida.
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