Ayer fuimos al Auditorio Nacional al Allegro Sinfónico para Niños (yo le agregaría “y niñas”, pero esa soy yo) con la Orquesta Sinfónica de Minería y Sasha Sokol como narradora. Les cuento la experiencia.
Mi hija la verdad
estaba un poco incrédula en el tema de que se iba a divertir. Antes
de salir de casa, organizó una bolsa con canicas, colores, un
cuaderno, listones para hacer trencitas y su famoso “moco de
gorila” que compró el día anterior. Listo; ya había hecho su
“kit antiaburrimiento” como ella misma lo nombró. Como niña
prevenida, aceptaba la invitación al concierto, pero con sus
alternativas por si tenía razón, y el concierto era todo menos
diversión. Así llegamos al Auditorio.
Fue muy emocionante
ver tantas familias listas a escuchar música de Sinfónica. Niñas
por aquí, mamás por allá, abuelitos caminando con nietos, papás
cargando a sus hijas. Niños y niñas de todas las edades, desde
meses hasta 99 años. Todas y todos sentíamos la emoción de saber
cómo sería el concierto. Yo tenía mis propias dudas. Cuando vi el
programa me pareció interesante porque el objetivo era mostrar que
la música también contaba historias, qué mejor forma de demostrar
esto que con la Ópera. Así que ya se sumaba un elemento más a toda
esta gran interrogación sobre el evento: Sinfónica, familias,
Ópera, Sasha y el “kit antiaburrimiento” de mi hija pendiente en
abrirse en cualquier momento.
Las luces se
apagaron. Mi hija se puso en posición para darle una oportunidad al
concierto. No nos quedaba claro qué narraría Sasha, ni cómo. El
misterio seguía. El concierto empezó. La Obertura de las Bodas de
Fígaro de Mozart, empezó a tocar. El Director de la Orquesta Raúl
Delgado dejaba toda su energía en cada compás, al igual que todos
los instrumentos que estaban en el escenario. Era un concierto en
toda la extensión de la palabra. La música retumbaba en cada
butaca; y ese fue sólo el comienzo. Después apareció Sasha y habló
de la música como narrativa de emociones, nos recordó que la
imaginación, la música y los sentimientos son una unión constante.
Le preguntó al Director Raúl cuál era su función en el escenario,
nos dejó claro qué hace como Director de Orquesta, y seguimos con
el concierto.
Ahora venía el Dúo
Papageno y Papagena de la ópera La Flauta Mágica. Esta melodía tan
divertida de Mozart empezó a sonar y salieron dos pájaros
maravillosamente vestidos. Era el Barítono Josué Cerón y la
Soprano Anabel de la Mora. Ópera clásica tocando ante niños y
niñas. Había papás explicándole a sus hijos cómo trabajaba la
orquesta, por qué los violines estaban adelante, la división de los
instrumentos, etc. Había mamás moviendo las manos al ritmo de la
música. Mi hija y yo estábamos abrazadas disfrutando la puesta en
escena.
El concierto siguió.
El murciélago de Strauss, la Obertura de Carmen, Toreador de Bizet.
A cada pieza, se proyectaba un juego de pantallas con diversas
ilustraciones en movimiento que tenían que ver con el tema. Las
ilustraciones me encantaron, parecían salidas de un cuento mágico
que le daba más toque de fantasía a todo el evento.
En Toreador, Sasha
le preguntó al Barítono Cerón qué hacía para cuidar su voz.
Estas pausas eran muy interesantes porque nos ayudaban a conocer
“trasbambalinas” las historias de las óperas, pero también la
vida de los artistas que exponen este tipo de música, por ejemplo el
cantante de Ópera nos dijo que para cuidar su voz era importante
dormir lo suficiente y no comer nada picoso. Fue como conocerlos de
otra manera, escucharlos hablar, que salieran del escenario. Así
también nos enteramos que la famosa “Canción de cuna” es
realmente una de las 21 Danzas Húngaras que compuso Brahms.
Después escuchamos
la Obertura de la Cenicienta; y luego, un divertido Dúo de dos
gatos, donde el dialogo entre el Barítono y la Soprano eran puros
“miau, miau, miau”. En lo personal esa fue la que más me
sorprendió, ¡me pareció tan divertida!. Y después llegamos al
gran finale: la Caballería ligera y la Obertura de Guillermo Tell.
Estas dos melodías retumbaban en el corazón. Las trompetas, los
platillos, era una fiesta. Era maravilloso ver a niños de 4 años
moviendo sus manos como si fueran el Director de Orquesta y niñas
aplaudiendo al ritmo de la melodía; papás y mamás moviéndose en
su asiento porque también sabían el tono, les recordaba a su
infancia.
Eso fue lo
maravilloso de este concierto; cada melodía estaba ligada a un
recuerdo de infancia, desde la música que habían bailado en el
festival de primavera o día de las madres del año pasado, hasta
programas de televisión. Pero cada una de las melodías nos
recordaban a un momento de nuestra infancia. Así de conectada está
la música de sinfónica en nuestra vida, desde los primeros años.
Este concierto lo dejó muy claro.
Al final era una
fiesta, al sonar de los tambores, salió confeti volando y globos
bailando por el lugar. Todos los niños y niñas que estábamos ahí
(porque a estas alturas del evento ya todos y todas nos habíamos
convertido en niños y niñas otra vez) con nuestros ojos bien
abiertos, aplaudiendo al ritmo de la música, tarareando, moviéndonos
a punto del baile. El concierto terminó con vivas y porras y
aplausos y sonrisas y vida, mucha vida. Los músicos se abrazaban de
la emoción; un concierto logrado más, pero me imagino que este les
llegó a un lugar muy profundo de su corazón, como a cada uno de los
que lo disfrutamos.
Gracias a la
Orquesta Sinfónica de Minería por hacer un concierto de tan buena
calidad para niños y niñas. Gracias por voltear a ver a las
familias que sí queremos disfrutar de este arte; así, de manera
lúdica, en convivencia, con alegría.
Mi hija y yo salimos
con tanta energía, que después del concierto disfrutamos de una
caminata por Reforma sin dejar de platicar de lo que habíamos
vivido.
El “kit
antiaburrimiento” nunca se abrió…
Así festejamos el
día de la infancia, pero también un aniversario más de PapásDF.
Que las experiencias sigan en esta maravillosa Ciudad de México.
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