Sabía cuando era momento de entrar al
coche y prepararme para la aventura. La ventana se convertiría en el
escenario de mi propio asombro. Mi padre sería el guía para un
espectáculo personal. Iríamos al Centro Histórico a ver las luces
decorativas por los festejos de septiembre. Es uno de los recuerdos
más amorosos que tengo en la Ciudad. Era una tradición, año con
año, hasta que ya no lo fue.
Hace unos días caminaba por las
calles del Centro y vi cómo montaban las luminarias para este año.
Me acordé de lo emocionante que era pasar en la noche por el zócalo
y ver las campanas, la silueta de Doña Josefa, la bandera hecha de
luces. Entonces decidí que llevaría a Sofía a vivir la misma
experiencia.
El lunes fue un día normal para mi
hija, en la mañana fue a la escuela, entre dormida y despierta;
después comió, fue al ballet, llegó a casa, hizo su tarea, se
bañó, cenó y cuando ya pensaba que su día había terminado, la
sorprendí con la aventura de subirse al coche. Ella no sabía a
dónde íbamos, le dije que tenía que hacer algo de trabajo y que me
tenía que acompañar. Llegamos al Zócalo, eran las ocho y media de
la noche, las luces ya estaban en todo su esplendor. 95 mil focos de
10 watts encendidos para formar diferentes figuras de la historia de
nuestro país. Un espectáculo solo para nosotras.
Di una vuelta y de manera simulada le
dije: ¡mira, qué sorpresa, cuantas luces! No faltó decir más. Por
el retrovisor veía los ojos de la pequeña, que se abrían y se
abrían cada vez más. Di otra vuelta para que el espectáculo no
terminara. Al final, Sofía me pidió ver las luces una vez más.
Dimos otra vuelta para disfrutar las luces de la Ciudad.
Mientras disfrutábamos el recorrido,
Sofía me platicaba del cumpleaños de su país, de la importancia de
la campana y que su bandera favorita es la de México. Por mi parte,
le platiqué del “grito de independencia”, me preguntó que
cuanto faltaba y me pidió que lo marcáramos en el calendario de la
casa.
Seguimos hablando de Historia y de
tradiciones en el Café de Tacuba, comimos unas conchas y un
chocolate caliente. Sofía estaba con su pijama escondida bajo una
chamarra y yo con una sonrisa de oreja a oreja por esta maravillosa
experiencia.
Esta noche, visiten
la iluminación del Zócalo de la Ciudad, a sus hijos les va a
encantar. Después pueden merendar en cualquiera de los cafés
tradicionales del Centro, como el Café de Tacuba o el Palacio de los
Azulejos.
A veces, solo salir a la calle es
pretexto para una aventura en esta, nuestra Ciudad ¿a poco no?
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