22.2.13

También jugamos

Eran las 4:10 de la tarde, de un lunes cualquiera. Esperar en la estancia dedicada para mamás. Completar los 60 minutos necesarios para que terminara la clase de ballet. No era la única mamá esperando, había muchas para ser sincera. Por la cara de cada una de nosotras, podía ver que era un espacio para dejar que el mundo se moviera, menos nosotras. 60 minutos de tomar respiro para dar entrada a la otra parte del día: tareas, baño, cena, cepillado de dientes; más lo que se acumulara de todo lo demás.

Ahí estábamos esperando, viendo al infinito y tratando de no cerrar los ojos para no quedarnos profundamente dormidas hasta el día siguiente. Ahí estábamos, en el silencio más cómodo de nuestros propios pensamientos y nuestro propio descanso.

De pronto un niño, hermano de alguna prima bailarina que estaba contando el compás de la música como todos los lunes a esa hora, rompió el silencio cómplice que teníamos las mamás. La narración del niño no podría ser más exacta, ante nosotros presenciábamos el enfrentamiento entre Spiderman y Superman como nunca antes se había visto. En la mano izquierda del pequeño narrador, se encontraba Spiderman dando todo por el todo, mientras que en la mano derecha se encontraba Superman demostrando que él era el super héroe por excelencia. El niño se movía por toda la estancia narrando la batalla mientras la actuaba moviendo los brazos y haciendo que Spiderman y Superman se pegaran sin parar.

Aquello era más emocionante que cualquier película en 3D y sonido 5.1.

La batalla se vio interrumpida cuando la mamá del niño volteó y le habló con un tono solemne, como preámbulo a un regaño o un “estate quieto”. Todos (incluido el niño) nos esperamos lo peor, un regaño monumental seguido de un castigo interminable. Nuestra sorpresa (incluida la del niño) fue cuando la mamá le dijo: “dame a Spiderman, que quiero jugar”. Nadie volteó a verla, pero si pudiera apostar, tendría la certeza de que todas las mamás dejamos el cansancio de lado y alzamos oído ante aquella petición. La respuesta del niño fue maravillosa:“Pero si tu no puedes jugar, tu eres una mamá”. La señora contestó: “Las mamás también juegan, así que dame el Spiderman que quiero jugar contigo”. El niño le tendió el muñeco de forma incrédula, casi penosa. En cuanto la mamá tomó el juguete, aquello fue un encuentro de titanes, donde ni Spiderman ni Superman se daban abasto de la imaginación que tenían madre e hijo.

Eran las 4:55 de un lunes cualquiera, cuando madre e hijo jugaron por toda la sala de espera del ballet de nuestras hijas...

...Sí, por supuesto, claro que sí, en definitiva: Las mamás y los papás también podemos jugar.


1 comentario:

  1. ¡Está increíble la historia pero, lo mas lindo , es la capacidad de ver y sentir lo que sucede alrededor de nosotros !. Gracias.

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Gracias por tu comentario. Saludos!