12.10.11

La noche y la lluvia


Eran las ocho de la noche. Un buen momento para ir al súper y recuperar la despensa ya gastada de la semana. Estaba justamente en la sección de enlatados buscando la ensalada de atún. De pronto se empezó a escuchar ese golpeteo del techo, pum, pum, pum, cada vez más fuerte. Cada vez más uniforme. No le di importancia.

Ya tenía todo lo que necesitaba: cereal y quesos para Sofía, frutas y verduras para todos. Era momento de ir a la caja y pagar. Seguía el golpeteo. Cuando llegué a la caja me pareció raro ver a tanta gente en la puerta. No le di la importancia suficiente. Me dieron la nota, pagué la nota, preparé mis audífonos y el carrito del súper para caminar unas calles a casa.

Cuando llegué a la puerta, me di cuenta. Una tormenta magistral. Visualicé los golpeteos que eran las gotas gruesas y bastas de la lluvia que no paraba. Que no paró.

Como siempre, no traía paraguas. Vivimos en una ciudad donde llueve todo el otoño, todos los años, y todavía no nos acostumbramos a usar paraguas. Yo no me acostumbro. Decidí esperar, como los demás, en la puerta del supermercado.

Ahí puse un alto en mi día.

Decidí disfrutar la calle y ver cómo caía la lluvia de la ciudad sin ninguna preocupación. La gente que esperaba también se ocupó. Una joven residente de medicina, hablaba por teléfono para ponerse de acuerdo de las prácticas del siguiente día. Un joven, que se veía que acababa de salir de la oficina, también hablaba por teléfono, pero con su novia. Una mamá y su hija esperaban, mientras la niña se ponía a jugar en el pequeño espacio que tenía y la mamá veía al infinito, esperando poder caminar. Dos señores que cada quien por su parte fueron al súper y vistos en esa situación de esperar, se pusieron a platicar y conocer a una persona nueva en el mundo. Yo me puse mis audífonos y me puse a escuchar Radio UNAM.

Hace mucho que no escuchaba esta estación y me llevé una grata sorpresa, la selección musical esta muy interesante. En ese momento tocaban un jazz experimental, que se escuchaba muy acorde con el momento.

Pasaron 15 minutos. El jazz seguía y las gotas bajaron su presencia en el cielo. Seguían, pero no con los golpeteos bestiales, sino como tintineos armónicos. Poco a poco los habitantes del techo del supermercado nos preparamos para la aventura del camino. Poco a poco, nos despedíamos en silencio del momento que compartimos en el resguardo de la lluvia.

Así empezó mi camino por la ciudad. Una calle, otra calle, cuatro calles. Bajo la lluvia, esquivando charcos, escuchando música nueva, viendo luces que destellan en los brillos de la refractación de la lluvia. Disfruté mi ciudad, en un ambiente de decadencia como siempre se queda después de la lluvia. Viví mi ciudad en la individualidad de mi experiencia, cargando mi carrito de super y esperando llegar al calor de hogar.

Fue un buen camino a casa. Llegué inspirada y purificada con la lluvia citadina. Fue un aprendizaje de que cada momento inesperado, se puede volver de disfrute y de enseñanzas.

¿Les ha pasado?


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