Los fines de semana iba con mi hija a tomar un helado. Ella de
vainilla, yo de yogurth. A veces, también un flotante. Todas las
veces que fuimos nos atendió la misma señora, ya era parte de la
tradición.
Ahí, mi hija
conoció las rockolas y cómo funcionaban. De hecho, cuando íbamos,
ella era la encargada de poner la música. Ponía a Michael Jackson y
a los Beatles. Pasamos varias tardes viendo la ventana, disfrutábamos
ver cómo pasaba la gente, mientras tomábamos helado y platicábamos
del tema del momento, según la edad de Sofía. Desde dinosaurios,
hasta películas, pasando por planes de cumpleaños.
La llevaba porque
era un recuerdo de mi infancia. Era como compartir un espacio común.
Entretejer mis recuerdos, con los que ella se estaba formando, de un
lugar tan querido en la Ciudad de México.
La Bella Italia,
heladería tradicional de la Colonia Roma.
Hace un par de
semanas caminé por ahí y me di cuenta que ya había cerrado. Un
cambio más de la metamorfosis que está viviendo la Roma. Fue
inevitable decirle a mi hija cuando pasé por ella a la escuela.
Compartir la noticia con mis hermanos y mis papás. Cerró La Bella
Italia. ¿Qué habrá pasado con la rockola? ¿Qué negocio abrirá
en ese lugar que albergó el recuerdo de muchos de los que vivimos en
la ciudad? ¿Dónde iremos a tomar helado ahora?
Ante un cambio, una
adaptación. No será lo mismo, eso es cierto. La Ciudad de México
ya no será la misma. La Bella Italia estará en un lugar de mi
corazón, y en el de mi familia.
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