30.5.16

La vida entre paz y guerra

Como aparece en el blog Estado Mayor

 
La mitad de los 42 millones de menores de 18 años que habitan el país viven bajo alguna situación de violencia. Esta declaración la expuso en abril de 2015 la oficina en México del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred). Sobre este análisis, Ricardo Bucio Mújica, titular de la Conapred afirmó “Su relación con la violencia tiene el peligro de convertirse en una forma de socialización(…) la ven en los videojuegos; en la televisión; en las barras infantiles; la ven en la escuela; la viven a través de la violencia intrafamiliar; la ven todos los días en las noticias; la ven en la calle, donde hay situación de inseguridad”. Ante esto (como se publica en El Economista el 29 de abril del 2015) la representante en México de la UNICEF Isabel Crowley expuso que en México se experimentan varias formas de violencia: física o invisible. “Lo que queremos para México es una cultura de paz donde todo mundo, y los niños en particular, puedan vivir en paz, (se) puedan desarrollar en su pleno potencial, puedan ser felices...puedan ser niños”, propuso Crowley.*

Cultura de paz. La primera vez que escuché este término no me quedó claro de qué trataba. Después que le di un momento de reflexión, lo único que me imaginaba era un círculo de niños y niñas al puro estilo Epcot Center, tomados de las manos y cantando, mientras una paloma blanca volaba por los cielos. La idea romántica de paz con la que había crecido hasta ahora. Cultura de paz es un concepto que vale la pena detenerse a pensar y empezar a actuar.

Resulta que desde el término de la segunda guerra mundial se ha estado cuestionando qué es paz, la cual en su momento se definió como la ausencia de guerra, pero ante esta afirmación se dieron otras preguntas ¿qué es guerra? ¿realmente el ser humano es violento por naturaleza como lo estableció Maquiavelo, entre otros filósofos? La discusión ha estado en constante activación.

El primer significado de guerra que propone la Real Academia de la Lengua Española es: “desvanecimiento de la paz entre dos o más potencias”, después la definiría como “la lucha armada entre dos o más naciones o entre bandos de una misma nación (…) pugna”. Pareciera que en las definiciones inmediatas la guerra es la ausencia de paz y la paz se define como la ausencia de guerra. Dicotomía de conceptos, casi una lucha mítica entre el bien y el mal, pero ¿qué pasa con la agresividad, la sumisión, la violencia, el desinterés o la pasividad? Ante la falta de definiciones, se manifiestan conceptos que desdibujan o desinforman las formas de convivencia humana.

La guerra, como la conocemos, determina el resultado de una disputa entre dos puntos de vista, existe una ruptura entre acuerdos establecidos entre dos o más personas, y la forma de resolverlo es a través de la respuesta violenta: la guerra. Ante un desacuerdo, hay que reaccionar. Eso es lo que se ha establecido. En esta idea, pongo un alto y reflexiono que el factor que promovió la guerra es la disputa, el conflicto. Pareciera que ante un conflicto la respuesta es la guerra, pero a lo largo de la historia han existido personajes que han ejemplificado otro tipo de respuestas; el más conocido fue Gandhi, quien liberó a la India del imperio Británico sin ningún acto de violencia social. Para el teórico Johan Galtung la contraposición de la paz no es la guerra, sino la violencia. La guerra es el acto final, reactivo por excelencia; la puesta en práctica de todos los niveles de violencia.

El conflicto. Ese momento de ruptura del orden establecido. El momento de la toma de decisión, dar respuesta, resolver. En esta dicotomía entre el bien y el mal, entre guerra y paz, el conflicto estaría en la balanza del lado oscuro Quisiéramos que no existieran conflictos en nuestras vidas, ni en el mundo; que todo fuera estabilidad y felicidad como aquella que recuerdo de niños y niñas en círculo cantando “Un mundo feliz”. Que todo estuviera en paz. Pero lo cierto es que el conflicto es parte de la existencia, hay conflictos a cada momento: ¿qué voy a comer hoy? ¿cómo voy a resolver el pago de mañana? ¿cómo le voy a decir a mi pareja que no me gusta el tono en que me habló en la mañana? Estamos rodeados/as de conflictos y no sólo con los demás, sino con nosotros/as mismos/as: ¿cómo le hago para bajar esos kilos de más? ¿cómo puedo quitarme el miedo a dejar este trabajo que ya no quiero? ¿realmente, qué quiero hacer de mi vida? Algunos de estos temas respondemos y otros los dejamos de lado hasta que ya no hay manera de evitarlos. El llamado a la aventura diría el escritor Joseph Campbell.

Ante el conflicto existen dos respuestas: la reactiva y la creativa. La reactiva es una resolución inmediata, sin pasar por una reflexión; es una manifestación violenta y provocativa, que invita una respuesta reactiva de la contraparte. La creativa es una respuesta que pasa por la reflexión, por lo tanto no es inmediata, no es violenta sino que lleva al diálogo e invita a que haya una construcción para mejorar la situación. Si el jefe o jefa cuestionan tu trabajo, en vez de reaccionar y responder; sería hacer una pausa pensar qué dijo la otra persona y empezar un diálogo de la situación. Eso no te hace sumiso/a, ni dejado/a; es un acto reflexivo y propositivo. Esa es la diferencia entre la violencia y la paz: la capacidad de decidir cómo resolver un conflicto.

Cultura de paz. No hay paloma blanca. No hay niños y niñas cantando. No hay alegría constante, ni armonía pintada de colores pastel. La cultura de paz es un enfrentamiento constante para crecer, para llevar nuestras respuestas a un nivel de creatividad y propuesta social. Para actuar en cultura de paz se necesita valentía, estar dispuesto/a a convivir con hábitos violentos personales y sociales tan arraigados como la idea de que el ser humano es violento por naturaleza. La resolución de conflictos de manera creativa le llevó a los hombres y mujeres de las cavernas entender cómo crear el fuego o cómo trabajar la tierra. Así, en cada momento de nuestras vidas podemos crear una nueva forma de convivir. Si se empieza desde la cotidianidad de nuestras vidas, entonces podemos hablar de paz entre naciones; ese concepto que se ve tan lejano e imposible de resolver, se siente más cerca si se actúa desde nuestras propias circunstancias.

Cultura de paz en niños y niñas. La necesitan. El tema no es etiquetar la violencia: bullying, ciberbullying, maltrato, víctima, victimario/a. El tema es proponer resoluciones: autocuidado, diálogo, reflexión, contención, empoderamiento.

Una forma de ir practicando la resolución de conflictos de forma creativa, es a través de los cuentos. Utilicen los cuentos clásicos y en el momento del conflicto pregúntenle a niños y niñas cómo responderían: si tu fueras cenicienta ¿qué harías con los tratos que te dan las hermanastras?; si tu fueras el patito feo ¿qué pensarías sobre ti? Esta actividad promueve la reflexión y el poner límites a la violencia desde una respuesta creativa.

La paz existe, podemos vivir en ella. Decidamos asumir los conflictos y respondamos con creatividad, es el mejor ejemplo que le podemos dar a nuestro niños, niñas y jóvenes.

*Fuente:http://eleconomista.com.mx/sociedad/2015/04/29/situacion-violencia-21-millones-ninos-mexico

27.5.16

Nuestra amiga Alicia.


Este fin de semana se estrena Alicia a través del espejo. Mi hija y yo estamos muy emocionadas. El otro día nos pasamos todo el desayuno platicando sobre qué pasaría en la historia, no dejábamos de ver el trailer y hacer conjeturas de lo que veríamos en la película completa.

Resulta que somos fanáticas de la primera parte de Alicia en el país de las maravillas que se estrenó en 2010. La fuimos a ver al cine, pero en ese momento Sofía tenía cuatro años y no le llamó mucho la atención. Hace unos meses, su abuela le regaló la película y ahora, a sus 9 años, es su fascinación. A mi también me gustó esta nueva versión de Alicia: esta chica que está en su búsqueda y determinación de cambiar lo establecido. Me recordó mucho a lo que dice la psicóloga Clarissa Pinkola en su libro Mujeres que Corren con Lobos, sobre estar en contacto con la mujer salvaje, aquella que está dentro de nosotras, que nos llama a actuar desde el instinto. Entrar al universo fantástico para superar los miedos y reencontrarse, darle fuerza a la voz interna. Esa es la Alicia desde los ojos de Tim Burton, se vuelve una guerrera fascinante.

Recuerdo que leí Alicia cuando tenía 12 años, justo en el momento en que empezaba a despedirme de una parte de mi infancia. Recuerdo que me costó trabajo terminar de leer. Era un universo tan fantástico y con un lenguaje tan particular (muchos juegos de palabras y acertijos) que no lo lograba entender del todo; pero cada vez que abría el libro, ahí estaba Alicia compartiéndome sus aventuras.

Alicia se volvió mi amiga literaria; me acompañó de los 12 a los 14 años. Primero en su país de las maravillas y después del otro lado del espejo. Alicia se convirtió un nombre especial en mis propias fantasías. A donde iba, me acompañaba una libreta que me regaló mi mamá con portada de gatos, ahí escribía cuentos y canciones donde el personaje principal era Alicia, ya no la de Lewis Carrol, sino la mía, mi propia versión de esta compañera entrañable. Cuando llegué a los veinte años y pensaba en la posibilidad de ser mamá, me imaginaba a mi hija como una niña llamada Alicia. Ahora a mis 33, Alicia me sigue acompañando y la comparto con mi hija Sofía a través de Tim Burton. En unos años más la compartiremos desde las letras de Carrol.

Del otro lado del espejo. El gran juego de ajedrez. Regresar al universo fantástico a pesar de los años. Reconocer emociones de la infancia, lugares cubiertos por un mundo aparte, emociones de amigos imaginarios y alegrías de ilusiones de antaño. Regresar a la voz interior, aquella que se silenció para crecer y de nuevo pide ser escuchada, compartida. Ahora se estrena la nueva película, la Alicia moderna que cruza el espejo, ahí estaremos Sofía y yo acompañando a nuestra querida amiga.

24.5.16

Nuestro rituales de descanso.



Vivir en la ciudad de México es un ejercicio de paciencia. Cada día son diferentes temas con los que hay que lidiar en la selva de asfalto. Ayer que estaba en la fila del pan, me llamó mucho la atención la plática entre una señora y la panadera. Después del saludo habitual, la señora le preguntó a la panadera que cómo estaba mientras dejaba su charola de bolillos, la otra le contestó mientas contaba la mercancía y la metía a la bolsa de cartón que estaba bien, pero que hacía mucho calor; así empezaron a platicar que si no era el calor, era la lluvia, que sino era la lluvia, era la contaminación, que si no era la contaminación eran las marchas. Empezaron a hacer un listado de los temas que nos aquejan en la ciudad. Al final – dijo la panera- como sea, le seguimos chambeando. Le dio la bolsa de cartón llena de bolillos a la señora y con una sonrisa se despidieron las dos.


Fue un momento de conciencia compartida que me gustó mucho. No quejamos, vaya que nos quejamos, pero al final le seguimos chambeando. Ejercicio de paciencia diaria, incluso de nosotros mismos, de cómo convivimos, de cómo sobrevivimos en la ciudad. Salir a las calles a veces puede ser una aventura casi comparada a cualquier deporte extremo; y aún así sobrevivimos. Ante las adversidades, encontramos espacios de convivencia y tranquilidad que se vuelven valiosos como la cueva de refugio, el remanso: un cafecito, una biblioteca, un parque, o nuestra propia casa. El otro día me descubrí abriendo la puerta de mi casa como si fuera una momento de salvación: en mi brazo derecho traía la mochila y lonchera de mi hija y en el izquierdo mi bolsa y la mochila del ballet; mi hija cargaba su suéter y la lonchera de comida del medio día, las dos acaloradas y cansadas entramos al refugio. Mi hija se dirigió directamente al sofá a acostarse y yo dejé las mochilas en el primer lugar que encontré. Las dos suspiramos al mismo tiempo como expresión de alivio; mi hija dijo “Ah! Llegamos a casita”, yo esperé un momento, todavía no terminaba de llegar, me falta algo muy importante: quitarme los zapatos. Me desabroché mis tennis y los cambié por mis pantunflas favoritas “ahhh, ahora sí llegué a casa”. Las dos nos reímos aliviadas.

Los lugares y rituales de descanso que tenemos cada quien, se vuelven indispensables para la sobrevivencia diaria. Esos pequeños detalles que nos damos para descansar, retomar energía. Me gusta mucho compartir ese momento con mi hija: el llegar a casa y sentir que las dos descansamos. Ahora quitarnos los zapatos y ponernos las pantunflas (que además tejió la abuela para su nieta y bisnieta) es un ritual entre las dos, un alivio compartido.

Recuerdo a mi tío Alejo. Cuando era chica y me quedaba en casa de mi abuela, me gustaba ver su transformación: cada noche que llegaba a casa del trabajo, abría la puerta todo serio, en traje de oficina y portafolio en mano, subía las escaleras hacia su cuarto; cinco minutos después bajaba con la pijama puesta, contando chistes y listo para ayudar a preparar la cena. A veces Sofía y yo también hacemos eso. Los viernes por la tarde, llegamos a casa después de una semana de escuela y trabajo; y si no tenemos plan para la tarde nos “empijamamos” y nos dedicamos a descansar viendo películas. ¡Toda una gozadera!

Ustedes, ¿qué lugar es su refugio, su cueva de alivio? ¿cómo comparten esos rituales de descanso con sus peques? Mientras tengamos esos momentos, esos pequeños rituales que se vuelven tan significativos, podemos seguir siendo sobrevivientes heróicos en esta selva de asfalto.

20.5.16

Hablemos de violencia con niños y niñas

Como aparece en estadomayor.mx


Niños y niñas necesitan hablar de violencia. Los adultos organizar y escuchar. Hablemos con hijos e hijas de violencia desde experiencia propia, desde las dudas y las inquietudes. En su propio enfrentamiento con la violencia en sí misma y entonces impulsar a convertirla. Buscar soluciones en conjunto, aclarar temas que ya tienen identificados como la compasión o el respeto. Hay que dialogar, tener un análisis, hacer una reflexión, proponer la catarsis.


“Hablo aquí de esto porque en mi casa no me dejan” fue el comentario de un niño de ocho años mientras mostraba su emoción por las películas de terror. Había visto todas las posibles por ver, en cuanto decía un título todos sus compañeros que le rodeaban afirmaban su emoción. De pronto me di cuenta que los niños y niñas con los que compartía la plática habían visto desde Chucky el muñeco diabólico, hasta todas las de Destino Final. Algunos ya habían visto el Exorcista y les daba risa. Entonces se me ocurrió entrar en su universo, sin alarmarme de los contenidos que habían visto a su corta edad; les pregunté ¿y qué opinan de todas esas películas? “Son sólo películas” dijo un niño de siete años. “Sí todo está hecho por computadoras”, dijo una niña de nueve. A lo que yo pregunté “Entonces ¿qué les da miedo?” Se quedaron pensando un buen rato. Algunos dijeron a las arañas o los ratones, unos más a su maestra de español o a la directora de la escuela. Todas y todos afirmaron que les daba miedo que los molestaran en la escuela.


Hace poco menos de un año impartí un taller para niños y niñas de entre 7 y 11 años sobre cine: Cinema Monstruoso. Realmente el pretexto es el cine y que realicen un cortometraje; la meta principal es que enfrenten sus miedos de manera creativa y canalicen sus temores a través de la creación de historias monstruosas. Entrar en contacto con su lado oscuro y llevarlo a la luz. La dinámica de inicio del taller es hacer un círculo donde todas y todos nos presentamos y contamos nuestra experiencia con películas de terror, así es como empezó esta plática. Ahí estaba yo, con veinte personas, niños y niñas, hablando de sangre, terror, muerte, destrucción, zoombies, violencia ficticia y empezaban a hablar de violencia real con la misma determinación que con las películas.


Cada quien contó alguna experiencia que les había molestado en su escuela: Le dejaron de hablar, lo encerraron en el baño, le dijeron palabras hirientes, se burlaron de su forma de expresarse; pero lo más interesante es que también habían sido parte de molestar a los demás. Asumían las dos partes, parecían expertos del tema bullying como lo parecían al hablar de películas de terror. Pasaron cuarenta minutos y seguían hablando de sus experiencias en la escuela. Les pregunté qué proponían para mejorar la convivencia. Si sus respuestas hasta ahora me habían sorprendido, lo que venía me dejaba con la boca y la conciencia más que abierta: niños y niñas usaban términos como compasión, escuchar a la otra persona, entender a mis compañeros, respetarlos como son. Me quedó claro que los términos los sabían, pero no sé si los comprendían del todo. Estaba enfrente de individuos que se sabían términos de bullying y compasión; que hablaban de estos temas desde su experiencia propia, pero que era la primera vez (muchos afirmaron este hecho) de que hablaban en voz alta de ello. Era la primera vez que verbalizaban la violencia en su entorno: desde su pantalla, pasando por su escuela, terminando en su familia. Una actividad de inicio de un taller de cine, que tenía un tiempo estimado de 15 minutos, se convirtió en un círculo de reflexión y un espacio de desahogo entre los propios niños y niñas que se extendió hasta 50 minutos.


Mi conclusión es que niños y niñas necesitan hablar de violencia.


El hablar de violencia no desde una visión moral de lo que es malo o bueno, sino desde el fenómeno en sí mismo. A veces como adultos estamos acostumbrados a establecer las reglas, los límites, pero después de esta experiencia en donde sólo solté preguntas y ellos iban reflexionando desde sus respuestas o los comentarios de los demás, me di cuenta que niñas y niños necesitan diálogo, no instrucción. No saturemos con un deber ser, sino encontremos un cómo responder desde el análisis y la reflexión en conjunto.


Esta es una invitación para los y las adultos: aprendamos a escuchar, a poner los temas sobre la mesa, preguntar sobre ellos, guardar silencio y escuchar. Niños y niñas tienen mucho por decir.



10.5.16

¡Que vivan las maternidades!

¿Qué significa ser madre hoy en día? Busco una nueva definición de este concepto y encuentro una diversidad maravillosa. Te cuento:



Desde hace tres días traigo un pensamiento que no para. Tantos mensajes sobre el día de las madres, tantos agradecimientos al concepto de la madre que está presente en las buenas y en las malas, que enseña, que ama de manera incondicional, que primero ve por sus hijos que por ella misma. Pareciera que la definición de ser mamá es clara, evidente y bien establecida sobre lo que se debe hacer; lo que se espera que se debe hacer.

Cuando nació mi hija me di a la tarea de hacer todo lo que quería hacer: terminar un documental, enrolarme en una Maestría, ser cofundadora de una ONG por el parto respetado, viajar y hasta correr mi primera (y única hasta ahora) carrera de diez kilómetros. Me abrazaba una energía vital que le daba más sentido el decir: “lo hice y soy mamá”. Varios años pasaron así, en el hacer muchas cosas y al final ponerle la cereza del pastel “...y soy mamá”. Un día que me escuchaba a mi misma decir esta frase dándome unas palmaditas de autoaprobación me vino una reflexión desde dentro, muy profundo en mi: “¿qué quiero demostrar?” Pareciera que todo este discurso de hacer muchas cosas y además ser mamá era la necesidad de demostrar que mi vida profesional, social e incluso de pareja no se acaba por ser mamá.


Después cambié de prioridades, primero era mamá y después hacía todo lo demás. Pero esto parecía como si escribir o dar clases o trabajar como asistente de dirección para una película fuera un mero premio de consolación, una simulación de la vida real porque ante todo era mamá, eso era lo que me definía, pero ¿realmente eso me definía? O ¿realmente me definía ser Comunicóloga? En esta disyuntiva entre la vida de mamá y la vida profesional se movía la balanza. Si descuidaba un lado empezaban los discursos (internos y externos) que le debía dedicar más tiempo a mi hija. Si descuidaba el otro lado, empezaban las cuentas a subir y subir hasta convertirse en deudas a final de mes; más aparte los discursos de qué estaba haciendo con mi vida si había estudiado una carrera y no podía “sólo ser madre”.


Así llego a la pregunta ¿cómo es ser mamá en este 2016? ¿qué significa ser mamá ahora? Pareciera que existe una necesidad de demostrar un balance perfecto, casi irreal entre estos dos universos. A veces siento que como mujer me he impuesto demostrar que sí puedo ser las dos cosas y ser exitosa, tener todo bajo control. Pero en mi experiencia esto no se ha dado: a veces trabajo queriendo estar más tiempo con mi hija y a veces estoy con mi hija con ganas de regresar a trabajar. Así encuentro la necesidad de redefinir el concepto de madre ¿Cómo quiero definirme en mi rol de mamá? O más bien ¿Cómo me defino como ser humano que acepta la responsabilidad de compartir y guiar la vida de Sofía, el ser que di a luz? El ser madre es un rol, no es mi definición última; así como el ser hija, el ser esposa, el ser profesionista: es ser humano.


Volteo a mi alrededor y me doy cuenta con un asombro que termina en entusiasmo, que existe una variedad de maternidades. Hay mujeres que están explorando su maternidad desde sus instintos, sus necesidades humanas para que sus propias balanzas estén alineadas. Mamás prolactancia, mamás profórmula, mamás que trabajan, mamás que no trabajan, mamás con nanas, mamás sin nanas, mamás de colecho, mamás sin colecho, mamás protelevisión, mamás antitelevisión. Mamás, madres; seres humanos que tratan de ser, de encontrar, de dar lo mejor de ellas mismas, con sus dudas, sus errores, sus aciertos. Me doy cuenta que ser mamá hoy en día se define desde la diversidad de seres humanos que reafirman su rol de madres, cada quien en sus búsquedas, cada quien en sus necesidades propias, en las necesidades de sus hijos e hijas. Mujeres madres, abuelas madres, tías madres, amigas madres, hombres madres, seres humanos. A tí, quien quiera que seas, que asumiste este rol y lo haces valer a diario; a tí ser humano-madre te digo desde un abrazo del corazón: ¡Muchas felicidades!


4.5.16

Tacos, Cultura y Axiote



Les cuento cómo en el restaurante Axiote de Playa del Carmen mi hija y yo descubrimos algo más allá que el sabor.


Resulta que nos dimos una escapada a Playa del Carmen y fuimos a conocer el restaurante Axiote del chef Xavier Pérez Stone. La filosofía de este lugar es que todos los platillos están hechos con productos mexicanos. No es cocina mexicana, sino cocina de México, una forma de incentivar la economía nacional.

Lo que me gustó del menú es que cada platillo tiene su historia y una región del país en qué pensar. Probé el atún de ensenada y su sabor me llevó al otro extremo del país, a la brisa de nuestro mar del norte, con una frescura fascinante. Adiós al centralismo desde la cocina.

El momento más interesante fue cuando le llevaron a Sofía, mi hija, los tacos que había pedido (también hay menú infantil, lo cual es una maravilla). A Sofía le encantan los tacos dorados y fue una sorpresa que los que le dieron eran blandos o tradicionales: la tortilla y encima la carne. Se quedó un rato viéndolos, tratando de descifrar qué hacer. Le pregunté por qué no los probaba si se veían bastante buenos y me contestó que no sabía cómo. Ahí le puse pausa a mi atún y a mi viaje imaginario a Ensenada. Me concentré en el caso de mi hija al cien por ciento ¿cómo no me había dado cuenta antes? ¿Cómo mi hija no sabía comer un taco? A su defensa dijo que sí podía hacer taco con sal y limón; a veces con frijoles refritos, pero algo más sustancioso como la carne, se le dificultaba, así que empezaron las clases de cómo comer un taco: Paso 1. Se prepara y acomoda el contenido. Paso 2: Se enrolla la tortilla. Paso 3: se toma el taco con el dedo índice y el medio por arriba, el pulgar por abajo; los tres ejerciendo la presión necesaria para mantener la tortilla cerrada, pero que no se rompa. Por añadidura se sube el dedo chico para dar espacio cuando se lleva a la boca o también se puede poner debajo de la tortilla para darle soporte. ¡Vaya, el arte de comer un taco!

Después de practicar varias veces, mi hija aprendió a preparar, enrollar y degustar sus taquitos de carne sin que se le rompiera la tortilla o se le regara el contenido por el plato. Ahora es oficialmente una mexicana que sabe comer tacos. Esta experiencia me dejó pensando ¿Cómo aprendí? Seguro mi papá o mamá tuvieron una sesión como la que Sofía y yo vivimos ayer. Estos temas culturales que a veces damos por hecho, pero que tienen un origen, forman parte de nuestro ser mexicano o mexicana.

Hace unos años mi esposo y yo trabajábamos en un proyecto documental en la zona maya de Quintana Roo. Un gran amigo, que también trabajaba en el proyecto, el Dr. Francisco Barriga, Coordinador Nacional de Antropología por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, nos comentaba que para ser parte de una cultura hay que conocerla, saber identificarla, sentir un gusto particular por ella y lo más importante, ser competente: saber cómo se hacen las cosas y los significados que tienen. Así, en el acto cotidiano de comer un taco, mi hija se volvió más competente en su ser mexicana.

Me encantó tener esta sesión de aprendizaje cultural en un espacio como Axiote, donde nuestra experiencia de lo mexicano se extendió más allá del sabor.

Más información sobre Axiote: 
Calle 34 entre 5 y 10. Playa del Carmen, Quintana Roo