Eran
las diez de la mañana, pero yo sentía como si fueran altas horas de
la madrugada en un estado de sueño, cansancio y desconcierto. Sin
ningún vislumbre del final.
Recuerdo
que sostenía a una bebé que sabía que era mi hija, pero en ese
estado de ensoñación, me parecía tan lejana. La tenía cargando,
conteniendo en mis brazos a una bebé de cuatro días de nacida . La
veía mientras tomaba su leche matutina. Sólo la veía, sin más,
como sí al observarla pudiera entender qué sucedía con esa
criatura que se postraba frente a mi.
La
miraba maravillada. La observaba y no sabía qué hacer. De pronto,
Doña Elena, la señora que nos ayuda en la casa, entró a la
habitación. Doblaba unas sábanas mientras me veía de reojo. Había
un silencio torrencial en el cuarto, como si la presencia de un nuevo
ser en la casa, diera un protocolo diferente a la vida cotidiana.
Doña
Elena rompió el silencio, "háblale" me dijo con una
sonrisa en el rostro, de esas que te regala la experiencia. "Háblale,
platícale de lo que quieras" insistió. Yo me sentía perdida,
como si me estuviera pidiendo que me lanzara al vacío con un
paracaídas. Al principio me enojé. Por unos momentos me pareció
absurdo que me dijera que le hablara a un bebé, además ¿de qué
podíamos hablar? ¿qué temas podía desarrollar con una criatura
que ni siquiera sabía hablar?- pensé. Tantos años de estudiar
Comunicación, y el momento más importante de comunicarme con mi
hija no lo veía claro.
Pasaron
varios días en silencio, hasta que la insistencia de Doña Elena me
llevó a pronunciar mis primeras palabras. Miré a mi hija y le
pregunté "¿cómo estás?, ¿cómo te sientes?, ¿estás
bien?" Las tres preguntas las hice de corrido. Cuando me
escuché, me di cuenta que me estaba preguntando a mi, me di cuenta
que estaba temerosa ante esta relación tan nueva para mi, me di
cuenta que me tocaba una tarea muy importante de construir una
relación con mi hija, basada en comunicación. Una vez que abracé
esos miedos, me aventé al vacío y mi paracaídas fue la confianza
de intentar. Así le empecé a hablar a mi hija, le conté de mi
infancia, de quién era, de quién era su papá, de cómo se llamaban
los gatos de la casa. Me convertí en la narradora oficial de todo lo
que pasaba en la casa, para que Sofía se enterara de viva voz de lo
que sucedía a su alrededor.
Ya
pasaron siete años de mis primeras palabras como mamá. La
comunicación con mi hija ha sido de prueba y error, como la mayoría
de los temas de crianza. Lo que me queda claro es que mi paracaídas,
esa confianza de intentar, me sostiene para seguir trabajando la
comunicación. Es muy interesante cómo empecé a comunicarme
verbalmente con mi hija, pero en el fondo de esas palabras y
narraciónes, se construía un puente más fuerte, el de las
emociones.
Ahora,
como sí fuera un mantra que dio inicio a nuestra relación, todos
los días Sofía y yo nos preguntamos "¿Cómo estás?, ¿cómo
te sientes?". Comunicarse es importante, abrir la comunicación
con los hijos es extender los brazos a lazos y vínculos fuertes.
¿Cómo
se comunican con sus hijos?