Hace un año, Fermín
tenía cinco meses. Apenas se adaptaba al mundo fuera de la panza.
Las sensaciones de su entorno eran diferentes. Ahora ya camina,
interactúa y se da cuenta de lo que pasa a su alrededor.
El sábado pasado
fuimos a la Procesión de Catrinas y Catrines. Estuvimos sobre Paseo
de la Reforma. Había vendimia, disfraces, alebrijes, calaveras,
colores, sonidos, gente; mucha gente. Al principio, Fermín estaba un
tanto asustado. Volteaba para todos lados. Atento. Sus ojos se abrían
cada vez más.
Sofía quería
maquillarse la cara, había varios puestos de maquillaje de catrina,
así que elegimos uno y Sofía se empezó a caracterizar. Yo también
quería, pero no toda la cara, solo unos detalles. Mientras
maquillaban a Sofía, me fui a caminar con Fermín para que se
familiarizara con el ambiente. Le empecé a explicar sobre el día de
muertos, sobre cómo lo celebrábamos en su país, en México, en
éste lugar donde decidió nacer. También le conté de los
alebrijes, de la leyenda, del trabajo de los artesanos, de las
tradiciones. Fermín se fue tranquilizando. Seguía viendo por todos
lados; todavía en atención, pero ahora con otros ojos. Su
respiración también se suavizó.
Fermín me dejó
pensando en su paso de ser un desconocido ante ésto que estaba
viviendo, a entrar en los primeros pasos de su cultura. Conocer lo
que significa México, practicar el ser mexicano, ser competente
cultural.
Me dejó pensando en
mi infancia ¿cuándo habrá sido la primera vez que me encontré con
el día de muertos? ¿cómo lo viví? Me acuerdo que me encantaba
acompañar a mi mamá al Mercado de Jamaica a comprar flores.
Después, yo tomé la batuta de hacer la ofrenda en casa de mis
papás, planeaba mis días para ir al mercado, comprar papel picado,
copal, flores, calaveritas, en fin; para mí era una festividad muy
especial. Lo sigue siendo.
Ahora le tocó a
Fermín. Bienvenido a la cultura, hijo. Éste también es México
querido.
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