Eran
las 4:10 de la tarde, de un lunes cualquiera. Esperar en la estancia
dedicada para mamás. Completar los 60 minutos necesarios para que
terminara la clase de ballet. No era la única mamá esperando, había
muchas para ser sincera. Por la cara de cada una de nosotras, podía
ver que era un espacio para dejar que el mundo se moviera, menos
nosotras. 60 minutos de tomar respiro para dar entrada a la otra
parte del día: tareas, baño, cena, cepillado de dientes; más lo
que se acumulara de todo lo demás.
Ahí
estábamos esperando, viendo al infinito y tratando de no cerrar los
ojos para no quedarnos profundamente dormidas hasta el día
siguiente. Ahí estábamos, en el silencio más cómodo de nuestros
propios pensamientos y nuestro propio descanso.
De
pronto un niño, hermano de alguna prima bailarina que estaba
contando el compás de la música como todos los lunes a esa hora,
rompió el silencio cómplice que teníamos las mamás. La narración
del niño no podría ser más exacta, ante nosotros presenciábamos
el enfrentamiento entre Spiderman y Superman como nunca antes se
había visto. En la mano izquierda del pequeño narrador, se
encontraba Spiderman dando todo por el todo, mientras que en la mano
derecha se encontraba Superman demostrando que él era el super héroe
por excelencia. El niño se movía por toda la estancia narrando la
batalla mientras la actuaba moviendo los brazos y haciendo que
Spiderman y Superman se pegaran sin parar.
Aquello
era más emocionante que cualquier película en 3D y sonido 5.1.
La
batalla se vio interrumpida cuando la mamá del niño volteó y le
habló con un tono solemne, como preámbulo a un regaño o un “estate
quieto”. Todos (incluido el niño) nos esperamos lo peor, un regaño
monumental seguido de un castigo interminable. Nuestra sorpresa
(incluida la del niño) fue cuando la mamá le dijo: “dame a
Spiderman, que quiero jugar”. Nadie volteó a verla, pero si
pudiera apostar, tendría la certeza de que todas las mamás dejamos
el cansancio de lado y alzamos oído ante aquella petición. La
respuesta del niño fue maravillosa:“Pero si tu no puedes jugar, tu
eres una mamá”. La señora contestó: “Las mamás también
juegan, así que dame el Spiderman que quiero jugar contigo”. El
niño le tendió el muñeco de forma incrédula, casi penosa. En
cuanto la mamá tomó el juguete, aquello fue un encuentro de
titanes, donde ni Spiderman ni Superman se daban abasto de la
imaginación que tenían madre e hijo.
Eran
las 4:55 de un lunes cualquiera, cuando madre e hijo jugaron por toda
la sala de espera del ballet de nuestras hijas...
...Sí,
por supuesto, claro que sí, en definitiva: Las mamás y los papás
también podemos jugar.
¡Está increíble la historia pero, lo mas lindo , es la capacidad de ver y sentir lo que sucede alrededor de nosotros !. Gracias.
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